La vida de los otros a veces da pena,
la vida de los otros a veces da gloria. En una semana puedes acudir a
dos bodas y un entierro, ayudar a una mudanza, escuchar el latido de
una nueva vida, dar el pésame ante una vela que se apaga. Parecen
películas ya vividas, escenas ya interpretadas, copiadas. Sin
embargo, hay algo nuevo en cada escena. Es como ir al teatro a ver el
debut de un actor al que conoces personalmente. Lo ves y lo sientes
diferente. Con el paso del tiempo, la rueda va girando, las bodas se
van acabando, los nacimientos escasean, el reloj biológico atardece
y los hijos se convierten en sus padres. Las últimas bodas conmueven
menos, las recientes exequias impactan más y la función en cada
casa termina antes a cada día que pasa. Aún vendrán las
decepciones, los desengaños, las escenas de casa y esa cotidianidad
que siempre desmerece un recuerdo en DVD.
No me impacta en exceso el boato y la
ceremonia. No llego a comprender bien la lágrima de emoción
contenida en una boda ni el llanto desgarrado en un tanatorio, pero
lo intento todas las veces. Sólo me sorprende, lo reconozco, el
desfile de la vida, de las vidas de los otros, sin querer jamás para
mí esos rituales convencionales que en el fondo aborrezco. Por eso cuando pierda emoción el relato de mis
conocidos, no me importará sentarme en el banco del parque y
observar las vidas de los desconocidos mientras doy comida a las
palomas, con la misma cara de incomprensión y ajenidad, pero con la misma
expresión de sorpresa.
Por eso, si alguna vez te toca ir al
velatorio de una novia cadáver, antes de ejecutar tu escena, busca
un bouquet de flores muertas sobre la urna y sonríele a la cámara
que hay dentro. Podría ser yo ;)
Mr. X. Eso no me lo pierdo.
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