viernes, 29 de noviembre de 2013

Aquella canción de Metallica

El hecho de que llevara zapatos de tacón no era suficiente para mi aquella noche. Esas piernas interminables y el vestido más ceñido que jamás había visto no conseguían quitarme la idea de la cabeza de que no debería estar ahí. Incluso cuando sin venir a cuento se abalanzó sobre mi y me beso con pasión. Casi ni noté sus enormes y duros pechos sobre el mío cuando me abrazó. Su lengua en mi ombligo pasó como un suspiro y a medida que iba desabrochándome los pantalones sólo podía sentir un inmenso vacío. Los primeros diez minutos que esa imponente Valkiria pasó cabalgando fueron como diez segundos. Es increíble la cantidad de chorradas que puedes llegar a pensar cuando no prestas atención a lo que estas haciendo. No fue hasta que se dio la vuelta y arqueo su espalda que pude fijarme en su maravilloso tatuaje. El dibujo de Elektra, reina de asesinos, señora del hampa de Japón. Contra todo pronóstico, esa imagen creó un agujero espacio tiempo por el cual mi psique viajó a aquellas tardes encerrado en el lavabo, llenando la cabeza de sugerentes recuerdos para forzar al cuerpo a despertarse. Una época en la que un simple catálogo de ropa era suficiente para elevar la temperatura corporal y mental. Donde las revistas para adultos sustraídas a los padres pasaban de mano en mano y de colchón en colchón. Todo eso pasó por mi cabeza mientras estaba echando el polvo. Y parece que ha sido genial, porque mi compañera de baile esta totalmente dormida y exhausta. Algún día tengo que averiguar como soy capaz de estar en dos sitios a la vez. Creo que tengo poderes. 

Desde la otra noche, no he parado de pensar en mi infancia. En lo que hacía, en los sitios a los que iba, en la gente con la que estaba... Tengo la suerte de haber conservado a la gran mayoría de los amigos de aquellos días. Amistades que se remontan hasta los 30 años. Gente con la que hemos compartido cambios de voz, entrada y salida de pelo, carreras y sentadas, chicas y birras. La vida. Así que no me costará nada llamarles y reunirles con la simple excusa de tomar algo. Eso será suficiente para hacer un repaso de las anécdotas que con el tiempo han aumentado en espectacularidad, alimentadas por la falta de memoria y el recurso de la imaginación. Al fin y al cabo son nuestras historias. 

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