Pocas veces un cortometraje de cine
independiente nacional pasa sin pena y con tanta gloria, siendo tan
difícil hoy en día para los productores abrir el camino del éxito y del reconocimiento
a producciones de tan bajo presupuesto en certámenes y festivales,
aún más sintiendo tras nuestros talones el aliento de los carísimos
largometrajes de producción foránea. No es el caso de Mierder toys.
Esta delicada pieza de impecable
factura, este filmado y empaquetado juego de complicidad con el
espectador, nos transporta desde el frío escenario de cualquier Toys
R´Us a lo más profundo de nuestro subconsciente. Desde el primer
segundo nos engancha con un planteamiento aparentemente
intrascendente, que desemboca al fin en el nudo gordiano de toda la
historia.
El autor parece querer
sumergirnos en un manido juego de nostalgia e inocencia infantil,
pero el sorprendente desarrollo de la historia nos enfrenta a la
cruda realidad. El protagonista, encarnado por el director y a la
sazón actor ocasional, el siempre genial Mr.Kitt, en principio
eufórico por el hallazgo de un muñeco articulado del mítico
Superman en los estantes de unos grandes almacenes cuyo ambiente
banal ya nos afixia desde el primer momento, irá evolucionando desde
el gancho inicial de un caricato para posteriormente ir figurando,
encarnando y desgranando un rosario de sensaciones que van de la
inicial euforia a la dolorosa decepción, llegando casi al asco hacia
el final de la pieza, cuyo detonante no será otro que el accionamiento del mecanismo del muñeco, sucedido de unos ininteligibles, metálicos y chirriantes ruídos emitidos por el autómata, viendo así desvanecerse ante nuestros ojos la ilusión de un niño, qué ironía, cual muñeco roto.
En definitiva, lo que principia como
una pieza en apariencia comercial y nostálgica, acaba por ser un
relato de recuerdos infantiles idealizados, sueños rotos,
expectativas truncadas y frustración presente. Se podría decir que
toda la obra, en su brevedad, es una metáfora de la transición a la
madurez, en elisión de cualquier laberinto adolescente para mejor
comprensión de la obra por el espectador.
Una obra sencilla, de bajo coste,
desnuda de banda sonora, sin pretensiones ni arabescos, pero intensa
como un café expreso, contundente como un ladrillazo en nuestras
mentes dormidas, sagaz como su autor, sin por ello dejar de ser dulce
y delicada. Una obra maestra y una película de culto desde el mismo
día de su estreno. Imprescindible.
Dioswaldo Multisala.
Acomodador.
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