Ayer cuando nos dirigíamos en tropel a
la fiesta, pasamos por delante de aquel escaparate en el que hay
colgado un gran y reluciente espejo. Nos quedamos encandilados un par
de minutos como niños pequeños posando y riendo con vestidos de
fiesta, gorros y collares de papel de colores, champán en mano, con
el bello fondo de las cambiantes luces de la ciudad. Fue brillante,
divertido y despreocupado. Éramos personajes planos, inocentes y con
la fiesta por delante.
Esta mañana, de regreso a nuestras
casas, volvimos a pasar frente al espejo del escaparate. Algunos como
yo, nos detuvimos unos instantes ante el espejo, aunque de la mayoría
de ellos sólo pude ver el reflejo fugitivo de su prisa. La magia de
las luces de la ciudad se había cambiado por ese resol del amanecer
que denuncia el deslustre del vidrio y el polvo acumulado y supongo
que por eso el otrora reluciente espejo pasó inadvertido para casi
todos. A mí me secuestró.
La imagen que devolvía el espejo había
cambiado tanto! Ya no estábamos todos y algunos eran otros. Ya no
íbamos todos al mismo son y había alguno que ni siquiera se quería
ver en él, contra algún otro que se gustaba demasiado. Todos con más
arrugas y más o menos pelo. Uno o dos con porte de empresarios de
éxito, otros asalariados que dejaron escapar sus sueños o que se
acomodaron felizmente dentro de sus expectativas, felizmente
familiares casi todos, algún tunante decrépito y alguna otra ex-
femme fatale reconvertida en
hacendosa madre y todos ellos con cara de profesión y con prisa.
Todos tienen algo que hacer, pero yo me veía igual. Alguna que otra
arruga por culpa de la mala vida o por culpa de la culpa misma, pero de semblante casi inmarcesible. Todos habían evolucionado y yo me había quedado
como ayer. Siempre frívolo, de camino a esa fiesta y siempre sin
querer crecer y asumir la responsabilidad por mis actos o por mi
inacción. Sin prisa, podía pararme frente al espejo y contemplar
tranquilamente el deslucido desfile de reflejos.
Mientras los otros discurrían a toda
prisa, yo me quedé embobado y junto a mí, otra triste figura que
también se había fijado en el espejo y que con triste sonrisa y
cómplice mirada parecía decirme “aquí estamos. Qué hemos hecho?”
Yo le respondí también con la expresión de mi cara. Creo que
comprendió que no debíamos haber ido nunca a esa fiesta y que ahora
ya era demasiado tarde. Quise hablarle entonces, pero me respondió
en una lengua que no conozco. Supongo que me dijo algo melancólico,
sabio, trascendental o quizá simplemente me tendió su mano, no lo
sé. Como no nos entendimos, siguió andando y se dispersó entre el
elenco matinal de la ciudad, como hicieron los otros.
Había pensado acabar estas líneas
hablando de mí, haciendo una reflexión, plasmando el remordimiento
y haciendo propósito de enmienda, pero entonces no sería fiel al
reflejo irresponsable que devolvía el espejo, así que creo mejor
dar el enésimo quiebro haciendo honor a mí espíritu malabar y
terminar hablando del espejo. Ese espejo sucio, decrépito, manchado
y rajado a la altura de mi reflejo, quizá para recordarme que si
ayer tenía algún poder mágico, hoy ya no lo tiene. Ayer podía
devolver el reflejo que cada uno soñase para sí pero desde luego,
ahora no. Ahora el espejo está roto.
Mr.X. Fin de fiesta.
26/06/2013.
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