martes, 25 de junio de 2013

El espejo roto.

Ayer cuando nos dirigíamos en tropel a la fiesta, pasamos por delante de aquel escaparate en el que hay colgado un gran y reluciente espejo. Nos quedamos encandilados un par de minutos como niños pequeños posando y riendo con vestidos de fiesta, gorros y collares de papel de colores, champán en mano, con el bello fondo de las cambiantes luces de la ciudad. Fue brillante, divertido y despreocupado. Éramos personajes planos, inocentes y con la fiesta por delante.

Esta mañana, de regreso a nuestras casas, volvimos a pasar frente al espejo del escaparate. Algunos como yo, nos detuvimos unos instantes ante el espejo, aunque de la mayoría de ellos sólo pude ver el reflejo fugitivo de su prisa. La magia de las luces de la ciudad se había cambiado por ese resol del amanecer que denuncia el deslustre del vidrio y el polvo acumulado y supongo que por eso el otrora reluciente espejo pasó inadvertido para casi todos. A mí me secuestró.

La imagen que devolvía el espejo había cambiado tanto! Ya no estábamos todos y algunos eran otros. Ya no íbamos todos al mismo son y había alguno que ni siquiera se quería ver en él, contra algún otro que se gustaba demasiado. Todos con más arrugas y más o menos pelo. Uno o dos con porte de empresarios de éxito, otros asalariados que dejaron escapar sus sueños o que se acomodaron felizmente dentro de sus expectativas, felizmente familiares casi todos, algún tunante decrépito y alguna otra ex- femme fatale reconvertida en hacendosa madre y todos ellos con cara de profesión y con prisa. Todos tienen algo que hacer, pero yo me veía igual. Alguna que otra arruga por culpa de la mala vida o por culpa de la culpa misma, pero de semblante casi inmarcesible. Todos habían evolucionado y yo me había quedado como ayer. Siempre frívolo, de camino a esa fiesta y siempre sin querer crecer y asumir la responsabilidad por mis actos o por mi inacción. Sin prisa, podía pararme frente al espejo y contemplar tranquilamente el deslucido desfile de reflejos.

Mientras los otros discurrían a toda prisa, yo me quedé embobado y junto a mí, otra triste figura que también se había fijado en el espejo y que con triste sonrisa y cómplice mirada parecía decirme “aquí estamos. Qué hemos hecho?” Yo le respondí también con la expresión de mi cara. Creo que comprendió que no debíamos haber ido nunca a esa fiesta y que ahora ya era demasiado tarde. Quise hablarle entonces, pero me respondió en una lengua que no conozco. Supongo que me dijo algo melancólico, sabio, trascendental o quizá simplemente me tendió su mano, no lo sé. Como no nos entendimos, siguió andando y se dispersó entre el elenco matinal de la ciudad, como hicieron los otros.

Había pensado acabar estas líneas hablando de mí, haciendo una reflexión, plasmando el remordimiento y haciendo propósito de enmienda, pero entonces no sería fiel al reflejo irresponsable que devolvía el espejo, así que creo mejor dar el enésimo quiebro haciendo honor a mí espíritu malabar y terminar hablando del espejo. Ese espejo sucio, decrépito, manchado y rajado a la altura de mi reflejo, quizá para recordarme que si ayer tenía algún poder mágico, hoy ya no lo tiene. Ayer podía devolver el reflejo que cada uno soñase para sí pero desde luego, ahora no. Ahora el espejo está roto.

Mr.X. Fin de fiesta.


26/06/2013.

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