Iván Murdanovich, oriundo de Varsovia,
residía tiempo ha en Nordorvoroski, capital de Sabadajstán, cerca
de la estación de los ferrocarriles estatales. Había llegado allá
pocos meses antes junto con sus 7 hermanos y sus 6 hermanas, antes de que
las nieves bloqueasen las líneas férreas que conectaban esta
ciudad con la bulliciosa Varsovia. Su vida quedaba reducida a los
escasos 45 kms de vía abierta que discurrían hasta la pequeña
ciudad costera de Gavanska, donde acudía diariamente a cazar topos
para su sustento, el de sus hermanos, mujer y escasa prole. Cierto
día, un suceso trascendental marcaría su vida: Al llegar al puerto
de aquella ciudad marítima, vio como un carguero ruso se abría paso
entre la niebla que flotaba sobre aquel tranquilo mar de octubre. Sin
dudar, corrió hacia el puerto en espera de poder adquirir alguna de
las últimas cajas de vodka de contrabando con que calentar el frío
invierno que se aproximaba, pero llegó demasiado tarde. Al pie de
los pocos estibadores que quedaban, sólo una caja de vodka restaba
sobre el cabestrante. No hubiera sido problema si no fuera por la
presencia de otro paisano que ansiaba el mismo botín. Sin mediar una
palabra entre los dos concurrentes, el único estibador que quedaba
sobre el cabestrante, espetó: “Me parece que uno se va a quedar
sin caja. A ver de qué manera resolvemos esto”
A lo cual, nuestro decidido
protagonista respondió: “¡Pero yo tengo 7 hermanos y 6 hermanas,
amigo!”
Sin embargo, el otro contendiente
careciendo de escrúpulos se apresuró a responder: “¡Pero yo
también tengo 7 hermanos y 6 hermanas, señor!”.
Nuestro Murdanovich, se gira incrédulo
hacia el contrario con cara de “esto no está pasando”, de nuevo
se vuelve hacia el estibador y le grita: “¡Pero yo tengo mujer e
hija!”.
Grita entonces el otro: “¡Y yo! ¡Y
yo también tengo mujer e hija, señor!”.
Nuestro amigo se gira de nuevo hacia a
él y espeta con cara de medio asco: “¡pero que dices, tú?!”
El estibador, ciertamente confundido,
decide que hay que resolver la situación de algún modo y
dirigiéndose hacia Murdanovich, rudamente le pregunta: “¡Tú!
¡¿Como te llamas?!”, a lo cual responde aquel: “¡Iván,
amigo... se-señor!”
Se gira entonces el estibador
preguntándole al otro: “¿y tú?¿Te llamas tú Iván?” a lo que
el otro, cabizbajo, responde sin más recurso: “No señor, no me
llamo Iván”.
El estibador sonriente, le dice
entonces en tono festivo a nuestro protagonista: “¿Sabéis que en
Rusia se celebra San Iván?”
“No”, respondió Murdanovich,
sin saber donde quería ir a parar aquel forastero con su
conversación.
“¿Sabéis que día es hoy?”.
Estas fueron las últimas palabras del
lacónico estibador que con aire de socarrón y sonrisa de oreja a
oreja, levantó la caja entre sus manos y se la tiro a nuestro amigo, para quien a partir de aquel dichoso día, nada volvería a ser igual.
FIN.
Dedicado a Kitt san en su San Iván.
08/10/2013.
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