Entra el cerdo al matadero, mecanizado
ya el ancestral sacrifico. Nada queda del proceder de antaño, ni de
la belleza de la granja, ni de la mirada limpia del granjero que por
necesidad mataba para alimentar a su vasta prole. Hoy aguarda el matarife
que sin matar, ya sólo asiste. Atuendo limpio, mirada sucia. Contempla
apenas la escena al final de la cadena, rechazando incluso intervenir
con preliminares, para no manchar de fluidos su vinílico delantal.
Avanza el puerco por las estancias,
llegando a una sala de fulgor áureo que bien pudiera ser negra,
claro está. Sin tiempo siquiera de sufrir, una descarga lo convierte
en comida. El matarife accede, comprueba en cuestión de segundos mas
con rigor la calidad de la carne y desecha el lote sin más.
Inermes por inertes los despojos del
animal; no hay venganza, ni segunda vida. No hay más destino que el
fatal, ya sea en pudridero o incineradora, uno menos, qué más da!
Aquí acaba la historia de cien siglos,
así en la gastronomía como en el sexo, sin ética ni moralidad.
Todo huele a podrido, todo huele a dinero y el dinero se puede
quemar. Y si hace falta, arda Troya o Cincinnati! Algún emperador,
magnate o rey Midas, del dolor hará Dólar. Algún caballero Don
Dinero, hará de la princesa, puta, del cocinero, payaso y del cerdo,
nada hará.
MrX podrido.
En Bcn, a 15 de septiembre de 2013.
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