lunes, 7 de abril de 2008

321:

Fue una solitaria tarde de domingo. A pesar de ser Abril, el calor parecía un anticipo del verano, que en estos últimos años se ha venido adelantando. Será el cambio climático.

Me escapé de mi mismo y de un portazo ya estaba en el parking exterior del centro comercial. Embebido en una red de pensamientos caóticos, miré el reloj y ya eran las 7. La brisa de la tarde desnudaba de tristeza mi indiferencia y me conducía como a un zombie hacía la taquilla del cine. Allí topé con un joven taquillero de aire displicente que parecía estar perdonándome la vida. En ese momento, en el que se supone que yo debía pedir una sola entrada para el cine, algo funcionó en modo automático y sin darme cuenta dije: “Tres entradas por favor”.No recuerdo haberlas pedido para una película en concreto, sinceramente. El caso es que me compré tres entradas.
Atravesé varias estancias invulgarmente vacías para lo que se puede esperar de un cine en una tarde de domingo del mes de Abril. Entré en una inmensa sala de proyección que también se hallaba vacía. Me senté en mi lugar, o mejor, en uno de mis lugares. Miré a derecha e izquierda, contemplando admirado el raro espectáculo de butacas vacías al leve son de la música ambiental.
Fue entonces cuando aconteció:
-“¿Por qué estoy sólo?” – pregunté en voz alta.
Aparecí entonces a la derecha de mi mismo y me respondí con aire sereno:
-“Porque no estás contigo”.
Palidecí al instante. Nunca me había oído ni me había visto con tanta nitidez. Me sorprendió el aire sereno de mi propio rostro. Parecía ser mucho más sensato de lo que yo haya sido nunca.
Una pregunta salió de mi alma en ese momento. Parecía el tipo de pregunta que había estado deseando hacerle a mi yo nítido desde hace mucho:
-“¿Pero estoy con vosotros y vosotros siempre estaréis conmigo, no?”
Aparecí entonces a mi izquierda lleno de sombras y espeté:
-“¡Estúpido, no estamos contigo!”
Me quedé helado. ¡Aparecer yo mismo contra mí…! Eso no lo esperaba. Mi yo cínico era más cruel de lo que yo pensaba.

Todo tiene su explicación: había tenido una semana pésima. Sentía el revés que el desprecio del mundo había convertido en un torpedo proyectado contra mi línea de flotación. La angustia parecía una bomba de relojería que iba a explotar en cualquier momento y que esparciría mi seguridad en millones de pedazos igualmente angustiados, llenando el universo entero con esa angustia.
Reflexionando sobre ello como quien tiene tiempo, mi nitidez y mi oscuridad me contemplaban con paciencia, respetándome con educación, hasta que de mi izquierda, ese cinismo desagradable que sin embargo siempre cuida de mí, me dijo:
-“¿A que estás esperando?”.
No entendí la pregunta.
-“¿A que estás esperando?... No has comprado entrada para él, ¿verdad?”
-“No” – respondí.
-“Entonces me temo que ya no estás a tiempo de huir. Él viene ahí”.

Oí entonces un portazo. Alguien había entrado en la sala verdaderamente enfurecido. Giré la cabeza y lo vi. Venía hacia mí a paso rápido. Era yo loco, apresurado, decidido y con una mirada desquiciada que se clavaba en mi cuello.
Me di cuenta entonces. Iba a acabar conmigo por toda la angustia que le había provocado y el hecho de no haberle invitado fue la gota que colmó el vaso. Entonces me di cuenta de que ya no estaba a tiempo, pero en un intento desesperado de huir comencé a correr por la sala. Fue inútil.
En un tropiezo él me ganó todo el terreno y se abalanzó sobre mí, estrangulándome cada vez con más fuerza.
Me resistí durante un tiempo, mas luego comprendí. Había ganado.
La culpa era del mundo exterior, sí, pero en parte también era mía. No lo podía negar y él me estaba condenando por eso y con razón.
Me dejé matar por él, no hay nada más que saber.

Le vi salir decidido de la sala, con seguridad. Creo que ahora anda por ahí, suplantándome en todas las posiciones de mi vida, aprovechando la oportunidad que los otros dos me habían dado en su momento.
¿Será él el superhombre o tendrá que pagar sus errores ante otro peor que él? Sólo espero que sea mi serenidad la que un día le mate a él. Prefiero a alguien conocido. En el fondo, también tengo pena de él y, ya que me ha suplantado efectivamente, no le deseo ningún mal. A fin de cuentas, viajamos en el mismo tren.

Lo que es cierto es que yo me quedé en esta sala, tan convencido que estaba otrora de ser el definitivo, condenado ahora para siempre a no salir y a ver mi vida a través de una pantalla de cine, pero lo cierto es que aquí estoy más tranquilo. No se puede matar a quien ya está muerto.
Conseguí lo que no podía obtener fuera:
¡Soy inmortal!

En Oeiras a 7 de Abril de 2008.

Iggy Pop - The Passenger.

No hay comentarios: